domingo, 25 de enero de 2015

TIEMPO

Esclavos.
Esclavos de nosotros mismos, de nuestras muñecas, de nuestros pasos, del tic-tac de nuestro pecho, de las agujas que nos clava el tiempo.
Minutos que nos gritan quédate, segundos que nos hablan del pasado, y horas que nos muestran el futuro. 
Es el tiempo quien mueve los hilos, quien limita ese beso que no termina incluso cuando ya no existe, quien sentencia cada abrazo que nos hace inmortales durante menos de un segundo, quien recuerda que quien marca el minutero somos nosotros mismos, quien cierra puertas, abriéndonos las alas que nos hacen no ser fugaces.
El arte es quien nos hace vivir eternamente, acariciando almas mediante blanco y negros de paisajes que lo han visto todo, con la fotografía de un corazón roto que vemos en la mirada, con la fragilidad de unas manos cansadas que no entienden de sueños, con todo lo que cada retrato susurra y solo los que aman la vida pueden ver. Es ahí donde el mundo permanecerá intacto, sin relojes, al igual que un par de versos que calan los huesos y piden auxilio, como las estrofas que describen corazones y viven durante siglos entre páginas, entre los ojos de cada lector que les de vida.

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