Me sentía revivir en cada mes de abril
hasta que mis pupilas se dilataron tanto
que cambié los tópicos de la literatura
por un par de flores secas en diciembre.
Entre tantos cambios de temperatura
quien menos sufrió fue mi garganta,
y como ya tus dedos imaginaron
fue mi corazón el que padeció
la frustración de no poder descongelarse
a pesar de viajar
a los desiertos más azules del infierno.
Aún no me explico el porqué
de esa risa inquieta de las mareas
que sonaban con una extraña palidez
parecida a las historias muertas
que nunca tuve el coraje de entender.
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