domingo, 25 de enero de 2015

PARA ESCRIBIR CON PALABRAS Y LEER CON EL ALMA

A veces voy directa al grano, sin metáforas ni contradicciones que me rajen en el alma, y vuelvo a la realidad rajando mis principios y dejando que sea el arte quien me reconstruya, o como siempre, tus manos. 

El miedo al compromiso es solo una excusa para no abrirnos heridas que probablemente tarden mucho en cicatrizar. Pero es que hay heridas tan bonitas, que se convierten en musas, dignas de inmortalizar entre miles de palabras que nadie dirá jamas.
Que abramos el corazón es una señal de que conocemos que existe algo que bombea felicidad tanto como dolor, y que podemos transformar tanto lo segundo en lo primero hasta que vomitemos flores y riamos arcoiris. Lo difícil es cuando optamos por lo fácil, creyendo no necesitar una voz que nos empuje y luego caiga con nosotros, y que nos sane antes de tiempo todos los huecos por donde los indicios de vida, nuestra sangre, no escupe nostalgias, sino que las guarda dentro para que sean unos dedos ajenos quienes cosan cada cicatriz que nos hace, por suerte o por desgracia, más humanos.
Todos necesitamos el calor de una piel que enfríe la nuestra para darnos vida, y que luego vuelva cálidas las madrugadas de diciembre para hacernos inmortales un segundo.
La otra cara de la realidad, es que hay pieles que se arrugan nada más nacer, que se arañan por dentro y pretenden sanarse devolviendo todas las heridas que no supieron transformar o eliminar, y no hay nada más triste que eso.

El mayor compromiso es con uno mismo, a partir de ahí, el compromiso con los demás, con quienes lo merecen, nos hace duplicar todos esos valores y principios que nos fortalecen desde nuestro primer segundo de vida, y que nos hacen ser quienes somos.

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