Agoté el tiempo
que creí haberte inventado por instinto,
sin saber que se trataba
de la necesidad de sanarme a escondidas
y a gritos de lo que ví reflejado
en el espejo de mi alma.
Rompí cada trozo de duda
con la fuerza de tus pestañas
y me clavé las espinas
que le sobraba al mundo rogando la mortalidad
que yo nunca podría tener
escribiendo para vivir y viviendo para escribir(te).
Tú. A tí.
Porque has hecho posible
cada rosa que se esconde
entre lo humano que me queda
después de tocar tu piel.
Porque me has reconstruido la columna
con mis propios versos
y las costillas partidas con cada beso
que no das pero que siento.
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