lunes, 18 de abril de 2016

De par en par

Siempre se me dio muy mal callar, por eso elegí nacer hecha de versos.
Por fortuna, cuando ha sido necesario hacerlo, he buscado entre mis dedos las respuestas, las preguntas, los silencios y los gritos, que dibujasen con tinta en papel, los arañazos del tiempo y los suspiros del conformismo. 
Quizás por eso el mundo sea de los valientes, de quienes se armen de valor y no de poder, de quienes luchen por el amor propio para compartirlo con la vida y con el resto de quienes se amen por dentro por fuera con las ganas que este mundo necesita. 
Me declaro altamente sensible. No sé dónde está la línea entre escuchar y oír; entre mis alas y mis manos; entre mi mente y mi corazón. 
Yo, que también lloro con Einaudi, 
que me emociono viendo atardecer, 
que renazco entre las caricias de las manos que han sabido recorrerme, correrme, y correr detrás de mí y conmigo. 

Empecé aceptar que mi alma era de cristal cuando la seguía oyendo crujir cuando más ruido había en mi cabeza. Y la amé, con tanta fuerza, que para no olvidarlo nunca, me dejé el corazón y los dedos retratándome el alma entre versos que asfixiaron para sanar, dejando cicatrices donde más vacíos pudieron existir. 
No me asusta mi realidad, no me asusta verme por dentro con la facilidad de quienes se miran por fuera, aunque a veces duela tanto como las estaciones de ida y las utopías de vueltas. 
Como si volver significase ir alguna vez. Como si alguna vez volviésemos enteros de cualquier sitio. 

No me asusta vivir sintiendo mi ansiedad bailando en la cornisa de unas manos que me sostienen a distancia con la fuerza de cientos de océanos y la esperanza de cuarenta suspiros. 
No me asusta vivir, me asusta el conformismo. 


Nunca imaginé que sería capaz de aceptarme cómo soy, tripolar, cuatripolar, humana, real, inconsciente, insegura, fuerte, y decidida. Soy todo y nada. Soy todas las metáforas de los juegos de mi cerebro intentando no resbalar cuando ya no queda nada para volver a aprender a nadar pero me vuelvo a ahogar. 
Crecí necesitando verme entera, hasta que aprendí que la magia de no reconocerme en ningún espejo que la sociedad me había puesto delante, era lo que me hacía diferente. 
Dejé de buscarme cuando olvidé mis alas. Cuando parecía que ya no había cielo en el que volar, porque había tantas tormentas como miedos. 
Pero me enamoré como quien se quita la piel a caricias y se desgarra el alma cada vez que se deja la voz en un orgasmo. Sin miedo. Como se quieren las cosas eternas. Sabiendo que el destino es sólo la parte fácil de vivir imaginando que en algún lugar mi vida está escrita. Pero tengo tantas páginas en blanco dentro de mí, como borrones me quedan por hacer y rehacer entre los cuadernos que consuelan mis insomnios.
Me encontré en los ojos de quien había empezado a mirarme mucho antes de nacer, en los ojos de quien me escribió en la espalda a besos todos y cada uno de los secretos que nos harían compartir nuestras alas incluso estando a cientos de trenes de distancia. 
Quizás no me encontré, me encontró su piel. 
Me encontré en los silencios de quien me gritaba con las manos, todos los pasos volveríamos a dar juntos aunque ya nos los supieramos de memoria. 
Me reconocí en su voz como quien llevaba años oyendo sin escuchar su propia necesidad. 
Como quien nunca fue capaz de imaginarse de una pieza aún siendo ruinas. 

Porque no hay grietas en vano si hablar de ti, acaba convirtiéndose en aquella canción que nos tararea a nosotros.
 Porque no hay mejor canción que escucharte vivir, sin miedo, entre mis alas. 

A ti, que hiciste primavera mis nostalgias.
Que hiciste de mis suspiros el tic tac de tu reloj. 
Que hiciste infinita tu espalda para convertirme en constelación 
y que hiciste infinita tu boca para convertirme en marea. 
A ti, que todo (lo)curas.















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